El corazón del ser humano es un órgano que tiene vida propia, incluso los científicos han demostrado que tiene su propia estructura al margen del cerebro y que los sentimientos son reales.
El hombre no es sólo cuerpo, sino que también tiene un alma que sufre angustiada frente al amor o al sufrimiento. Además, es un ser distinto a los animales, es una persona y el corazón lo tenemos que ubicar dentro del “ser persona”. La persona tiene alma y cuerpo y no se pueden separar, porque forman parte de nuestra estructura básica y espiritual.
El Papa Benedicto XVI decía en su encíclica Caritas in Veritate: “en todas las iniciativas para el desarrollo de la humanidad siempre tiene que quedar a salvo lo que es la centralidad de la persona”. Cuando se pierde de vista la centralidad de la persona, la sociedad se caracteriza por la frialdad del anonimato. La persona una sociedad así queda completamente disuelta.
Hay una gran despersonalización del ser humano; el hombre siente que ya nadie le mira. En el Iglesia, el hombre desde siempre se siente alguien porque sabe que Dios le mira. La sociedad nos ha quitado a Dios y el hombre se siente absolutamente perdido porque nadie le mira.
El corazón, como cualquier otro estado, tiene leyes y es la “ley natural” la que lo rige. Esta ley natural es la que nos presenta la estructura interna del corazón, del ser humano. Esta ley viene desde dentro, la tenemos dentro, nadie nos la impone y su contenido fundamental es que tenemos impreso en nosotros mismos lo que es el bien. Es decir, estamos llamados a ser personas afectivamente sanas, profesionalmente sanas, crear una sociedad absolutamente sana, porque dentro de nosotros está inserta una ley natural que rige nuestra estructura interna.
MARÍA JOSÉ TORROJA
Abogada especializada en Derecho Procesal y civil de familia
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