Que Dios sea Padre, nuestro Padre, hace que la idea que se podría tener de un Dios ser superior, que nos gobierna, que nos dice lo que tenemos que hacer, castigador, un poco lejano… cambie totalmente, porque Dios como Padre que es, se nos hace muy cercano.

Esto se ve muy claro cuando somos pequeños. Los bebés necesitan constantemente a sus padres porque no pueden valerse por sí mismos, necesitan ser limpiados, alimentados, amados… y cuando dejan de ver a sus padres o están en brazos de un desconocido, con frecuencia se echan a llorar, se sienten inseguros, desprotegidos, perdidos. Hasta que llega el padre o la madre y les calma con su tierno abrazo.

Nosotros, como hijos, a veces hemos fallado a nuestros padres, pero a pesar de todo, ellos nos siguen amando, aunque no haya una buena comunicación, aunque les hayamos causado tristeza, aunque nos hayamos enfadado y les hayamos retirado la palabra, porque nuestros padres nos han dado la vida y eso es algo muy grande.

Como hijos de Dios a veces no somos muy conscientes de que, a Dios, nuestro Padre, también le duele que le fallemos, del mismo modo que a unos padres “terrenales” le duele que sus hijos “pasen de ellos”, ver cómo no quieren seguir los consejos que con tanto cariño les han dado y escogen ir por otros caminos que prometen felicidad y plenitud falsas, pero no por eso Dios deja de amarnos ni nos castiga. Al contrario, Dios siempre nos está esperando con los brazos abiertos, sin rencores, siempre dispuesto a perdonar y a organizar una gran fiesta por nuestra vuelta a Él.

Ser hijo de Dios supone no tener miedo en seguir el camino que Él nos muestra y tener confianza, porque Él quiere lo mejor para nosotros, como un bebé confiado en los brazos de sus padres, aunque en ocasiones no lo entendamos, no olvidemos que Dios nos ama y que tiene un plan de vida plena para cada uno de nosotros. En ocasiones seguro que hemos dicho o hemos pensado “es que mis padres no me entienden o se equivocan”. Dios no se equivoca nunca y nos entiende, sabe por lo que estamos pasando en cada momento, sea un momento alegre o triste, eufórico o temeroso, frustrante o triunfante…; nos conoce muy bien pues Él es nuestro Padre, nuestro Creador.

 

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