Empecé hace 3 años como voluntaria en Ayuda a la Iglesia Necesitada (AIN). Yo no conocía nada de AIN, ni siquiera el nombre. Desconocía que había cristianos que no podían ir tranquilamente a misa, sino que se jugaban la vida, les podían raptar a su hija por el camino a misa… o incluso morían por la fe.
Lo primero que sentí al conocerlo fue ser Iglesia, sentirme parte de ella, que realmente era hermana de todos estos que estaban muriendo por la fe. Entonces los llamé y les pregunté, ¿necesitáis algo? Porque quiero ayudar, que están mis hermanos ahí muriendo.
Al ser profesora yo les podía ayudar dando charlas en iglesias, en parroquias, en colegios… pero primero me tenía que formar y conocer la realidad a través de los testimonios como el de la hermana Guadalupe, que es una religiosa que vivía en Alepo, en Siria, una ciudad especialmente castigada. Ahí me di cuenta de la realidad, de lo que estaba pasando hoy en el mundo y eso me producía mucha angustia.
Cada vez que terminaba una charla me sentía muy angustiada, por las noches me despertaba, y pensaba en las niñas esclavas sexuales y me ponía a rezar; “mira Señor, yo quiero colaborar en esta obra, pero creo que quizá no es mi sito, me afecta demasiado, yo pierdo la paz y la esperanza”.
Un día haciendo oración con un grupo de madres en una iglesia abrí la Biblia para rezar. En la página que abrí, justo aparecía un subtítulo en negrita que ponía “La Providencia en la persecución”. Y pensé… “¿La Providencia?” Lo que venía a decir es que Dios permite la persecución porque nos va dando toques, para que no nos perdamos, porque si espera al final de nuestra vida o espera al final de los tiempos para darnos un toque, entonces ya nos hemos perdido todos. Este mensaje era para mí.
Como voluntaria, mi implicación en AIN me ha dado un “chute” de fe y esperanza muy grande al conocer historias concretas de sacerdotes y laicos que sufren la persecución, que han estado secuestrados y cómo han vivido su fe. Y esto es un ejemplo muy grande que también nos ayuda mucho a nosotros también mucho; a ellos les toca la persecución y a nosotros nos toca –esto lo decía el Padre Douglas- vivir en profundidad nuestra fe.
Ellos han tenido persecución y discriminación toda la vida desde hace siglos durante muchas generaciones. Por eso su fe es tan fuerte, y no se preguntan “¿y dónde está Dios?” porque saben muy bien dónde está. Está a su lado. Nuestro fundador el Padre Werenfried van Straaten, escribió un libro “Dios llora en la tierra” y Dios llora en la tierra al lado de cada hermano que está llorando y ellos lo saben perfectamente, lo sienten a su lado. Dios se hace presente y se hace ver en el sufrimiento porque tenemos pues, por ejemplo, el Padre Douglas que la cadena con la que le ataban, pues tenía diez eslabones y con ellos rezó los mejores rosarios de su vida.
Dios te habla en todo momento, el Padre Jacques Mourad, explicaba cómo en su cautiverio a veces le faltaba la esperanza o no entendía el por qué y un día le entró un mando del ISIS en la celda y le dijo; “tómate este tiempo como un retiro espiritual”. Dios le estaba hablando a través de un alto mando del ISIS y a partir de entonces se lo tomó de otra manera, realmente como un retiro espiritual.
Dios siempre saca el bien del mal. Yo estoy plenamente convencida de esto. El mismo libro de “Dios llora en la tierra”, el Padre Werenfried van Straaten, explica como un día en su celda del monasterio en plena guerra mundial, sintió en el silencio de la noche que Dios estaba pasando la mano –la certeza que durante la noche Dios pasaba la mano- por encima del mundo y de las situaciones para restaurar, para curar, para sanar, para sacar un bien de todo aquello que estaba destrozado y que los hombres destrozaban. Y sigue siendo así hoy en día. Y por eso se puede ser muy muy feliz en la persecución. Porque sabes que Dios está ahí contigo.
En occidente no lo podemos entender, porque damos demasiada importancia a estar sanos, a no tener problemas, a no morir nunca, y en realidad hay que relativizar un poco todo esto. A una mujer le habían matado a su hijo que estaba haciendo guardia en la puerta de una iglesia para que no entrara alguien con un chaleco cargado de explosivos y se hiciera explotar dentro de la iglesia. Fue a dar el alto a una persona y aquella persona se hizo explotar y el chico murió. La madre decía: “¿pero qué lugar mejor para morir que la iglesia?” ser conscientes que no pasa nada con la muerte. Realmente el martirio es un don de Dios, una Gracia y Dios derrama su gracia en estas situaciones. Pero quitémosle tanta importancia al dolor y al sufrimiento y a la muerte porque lo importante es la vida eterna. Y como ellos lo tienen en su identidad, no renunciarían a nada; antes que perder a Cristo pierden todo lo demás. Lo tienen tan claro…
Recemos por nuestros hermanos perseguidos y fortalezcamos nuestra fe para dar testimonio de Cristo y aquí a nuestro lado.
CRISTINA MASIFERN
Ayuda a la Iglesia Necesitada (AIN)
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