Y de la misma manera que en Jesús se concreta y visualiza el Amor de Dios, también en los discípulos de Jesús, tanto sus coetáneos como los de toda la historia, también en ellas, a modo de eslabones que engarzan y dan continuidad, también en ellos se concreta y visualiza el Amor de Dios.

Podemos aportar un ejemplo de testimonio enormemente significativo y luminoso. El ejemplo de “otro Cristo”. Maximiliano Kolbe entrega generosamente su vida, ocupando el lugar de víctima, respondiendo a la pregunta de por qué lo hacía diciendo que porque era sacerdote de Cristo, o sea, “otro Cristo”. Podríamos decir lo mismo de Monseñor Romero, por poner otro ejemplo.

Sus vidas y sus muertes entregadas gritan que el amor, la bondad, la misericordia, son reales y tienen formas concretas. Y además, junto a esa verdad “gritada” hay también una sugerente pregunta: ¿si no fuese porque existe el amor, que sentido tendrían esas donaciones totales?

El Dios-Amor, por tanto, llena de sentido la vida hasta convertirnos también los discípulos en otras vidas entregadas, aunque pueda ser de maneras diversas. Da tanto sentido que en realidad sin Él, sin Dios-Amor, la vida del cristiano que busca sinceramente no tendría sentido.

Es por eso que es triste encontrar “cristianos nominales” que no experimentando el Dios-Amor, a veces incluso no creyendo en Dios como Amor, viven un cristianismo formal pero carente de su verdadero contenido. También estas vidas, como aquellas imágenes, de alguna manera podemos decir que chirrían. “Dios es luz, en Él no hay tiniebla alguna” (1 Jn 1,5) y, por eso, los hijos de Dios son hijos de la luz.

Pero encontramos todavía, y lo siguen denunciando los profetas del siglo XXI, como el Papa Francisco, propuestas de fe en Dios que sumen al ser humano en tinieblas. Hay algunos tipos de religiosidad que se enfrentan completamente a las palabras del autor de la carta: “Si uno dice que ama a Dios y aborrece (no ama) a su hermano  es un mentiroso” (1 Jn 4, 20). O lo que es lo mismo, su religiosidad es falsa, su propuesta no es de Dios. Porque si Dios es Amor, todo lo que no es Amor, todo lo que daña al hermano no viene de Dios.

No quisiera acabar sin un ejemplo muy actual y que puede ayudar a explicar mejor todo lo dicho. No puede ser creíble, no lo es, pretender que desde posiciones cristianas se puede aceptar que a 600 personas en un barco se les puede enviar a la deriva hacia la muerte segura. Proponer eso y decir que se cree en Dios es una blasfemia.

Tal como decía Urs von Balthasar: “sólo el amor es digno de crédito”. Es decir, solo el amor verdadero es coherente, auténtico y creíble.

Quique Fernández

 

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