Seguramente, la breve pero intensa definición que la 1ª Carta de San Juan nos da de Dios, “Dios es amor” (1Jn 4,7), reciba el mayor consenso que una definición de Dios pueda recibir. Desde luego no es fácil definir a Dios. A decir verdad, parece más bien indefinible, en la medida que nos es inabarcable. Así, lo único que nos queda es intentar hacer una aproximación. Y, por supuesto, la de la 1 Carta de San Juan es magnífica.
Pero creo que merece la pena señalar un aspecto que puede conducirnos a error. La aproximación de la que estamos hablando no es referida a un hecho humano de esfuerzo y mérito. Puede que algo de eso pueda haber. Pero lo que realmente tiene significación es que es Dios el que se nos ha revelado, el que se ha revelado como “Amor”.
Es decir, que lo que sabemos no es porque nosotros seamos unos magníficos investigadores sino porque Dios se ha revelado y manifestado Amor en nuestras vidas, en nuestros corazones. Y también ha iluminado nuestras mentes. De forma más completa, podemos decir que Dios ha querido tener con nosotros una relación que significa una experiencia profunda que abarca mente, corazón, toda la vida.
Esa experiencia no es un sueño ni una idea, no es magia ni ideología. La experiencia profunda del Amor de Dios tiene nombre, cara y ojos, momento concreto en la historia, gestos y actitudes, entrega generosa e inmenso amor. La experiencia profunda del Amor de Dios es Jesucristo: su vida, mensaje, acciones y, sobre todo, la entrega coherente y generosa de su vida, su muerte en Cruz.
La muerte de Jesús en la Cruz nos habla de Dios-Amor. “Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna”. (Jn 3, 16)
La Encarnación del Hijo, su vida, pasión y muerte (y resurrección) solo tiene sentido desde el Dios-Amor. Dios en su Hijo entrega su vida por nosotros (cf. 1Jn 3,16)
Debemos echar la vista atrás y recordar el episodio del Génesis en el que Abraham cree que debe ofrecer en sacrificio a su hijo Isaac. Tristemente hemos puesto excesivamente en el centro del relato la imagen de Abraham dispuesto a matar a su hijo. Y sin embargo, es más revelante es que el Ángel de Dios evita que ello ocurra porque Dios es el Dios de la Vida, el Dios-Amor.
Y aún es muchísmo más reveladora la imagen del Cordero que ocupa el lugar sacrificial de Isaac para servir de prefiguración de Jesús, el Cordero que es la nueva víctima (cf. 1 Jn 2,2: 4,10).
Un tema muy interesante es el de las imágenes falsas de Dios. Son distorsiones o, incluso, manipulaciones que a poco que nos pongamos en sintonía con la Buena Noticia nos van a chirriar. Pues bien, lejos de quedarse con esa parte negativa de las imágenes falsas de Dios, no bastará con decir cómo no es Dios, sino que en la persona y mensaje de Jesús de Nazaret podemos encontrar cómo sí es Dios.