Después de los artículos dedicados a la Misericordia en el Antiguo Testamento, seguimos con una serie de artículos sobre la Misericordia en el Nuevo Testamento, empezando por los Evangelios.
Merece la pena recordar que si Dios escogió y envió profetas fue a causa de las desviaciones de la falsa religiosidad, de un pueblo que no solo no hacía el bien que debía hacer si no que, además, llegaba a justificar su mal en nombre de Dios.
Pero… ¡no funcionó! El Pueblo de Israel ignoró, despreció e, incluso, maltrató a los profetas. Y así Dios pasó de enviar a profetas predicadores de la misericordia a enviar a su propio Hijo, la Misericordia misma.
Es en el prólogo del Evangelio de San Juan, en el primer capítulo, donde encontramos expuesta la razón de la Encarnación de Dios, de por qué Dios envió a su Hijo..
Las tinieblas, el pecado, se apoderaron del ser humano y rechazaron la luz de la verdad y el amor.
Esa luz, la verdad y la misericordia de Dios, se hizo hombre por medio de Jesús de Nazaret, Jesucristo, el Mesías y el Ungido, el Hijo de Dios, Dios mismo. Vino a nosotros para iluminar nuestras vidas, para que las tinieblas del pecado no invadieran nuestras vidas creadas a imagen y semejanza de Dios. Vidas de la Luz para la luz.
Jesús de Nazaret, como ya hicieron los profetas, predicará la misericordia de Dios. Y, sobre todo, combatirá una religiosidad que pretende agradar a Dios sin solidarizarse con los hermanos más pequeños y débiles.
De ese llamamiento a la misericordia está plagado todo el Evangelio de Jesús. ¡Es comprobable! A mostrarlo dedicaremos los próximos artículos en los meses venideros.
Quique Fernández
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