Cuando se envía una carta y se desea tener constancia de que ha sido recibida se contrata un sencillo servicio adicional llamado “acuse de recibo”. Pero para que realmente esa comunicación epistolar llegue a ser eficaz se han de cumplir premisas tan básicas como el que la compañía postal cree los cauces necesarios que garanticen que la misiva llegará a su destinatario, que el destinatario esté dispuesto a quedarse con la carta y firmar conforme la recibió y, por último, muy obvio pero no por ello menos importante, que abra y lea la carta.
¿A qué viene esta breve y, en apariencia, innecesaria introducción? Los que nos dedicamos a la difusión de la Biblia, a la animación pastoral con la Palabra de Dios, solemos repetir no sé si demasiadas veces que la Biblia es un conjunto de cartas que Dios nos ha escrito pero que requiere que la abramos y leamos. Esta nueva obviedad (que no lo debe ser tanto si tenemos en cuenta lo poco que se abre y lee) también se puede aplicar, por ejemplo, a las cartas que en forma de encíclica o exhortación nos escribe el Papa.
La última de ellas, una exhortación apóstolica postsinodal del Papa Francisco, lleva el título de Amoris Laetitia (La Alegría del Amor) y trata sobre la familia. De alguna manera podemos decir que esta propuesta toma el testigo que dejó Juan Pablo II con Familiaris Consortio. También aquella exhortación fue fruto de la reflexión postsinodal. Pero es evidente, y no podía ser de otra manera, que la diferencia de treintaycinco años nos deje como resultado que la realidad familiar de entonces y de ahora no sea la misma. Mucho, muchísimo ha cambiado desde entonces.
Pues bien, de primeras hemos de decir que no vale desdeñar la reflexión del Papa Francisco aduciendo que sobre ello ya escribió Juan Pablo II. Desde esa perspectiva reduccionista, ningún papa podría tratar un tema anteriormente tratado por otro papa. Simplemente es ridículo no aceptar, abrir y leer la carta Amoris Laetitia porque ya exista Familiaris Consortio.
Pero a lo que vamos… Para que la comunicación sea realmente efectiva se ha de evitar la confusión sobre a quién va dirigida la carta. Sí, ya sé que es evidente que una exhortación apostólica está escrita para todos. Pero también me doy cuenta que ha existido una cierta distorsión sobre los singulares destinatarios del famoso capítulo 8.
Muchos han pensado y opinado que el Papa pretendía tratar sobre las hasta ahora llamadas “familias irregulares”: Sobre quienes hacen mal, sobre qué es lo que hacen mal, sobre si porque hacen mal no pueden comulgar…
Eso es confundir el destinatario y hacer imposible la comunicación. Porque si leemos bien (incluso podríamos decir que bastaría simplemente con leer, ya que muchas opiniones se hacen a partir de rumores y titulares de prensa), pus bien si leemos ese capítulo 8 nos daremos cuenta que de lo que trata es de cómo ha de reaccionar la comunidad eclesial ante lo que el Papa, en lugar de “en situación irregular”, llama “fragilidad”.
Es decir, que ese “acompañar, discernir e integrar” del título del capítulo va por nosotros. Dejemos de fijarnos en cómo se comportan los que están sumidos en situación de fragilidad, muchas veces sobrevenida sin necesidad de que existan culpables, y pasemos a examinar cómo acompañamos e integramos a nuestros hermanos.
En fin, se trata de que hemos recibido una carta, una comunicación, que requiere aceptarla, leerla y, sobre todo, darle “acuse de recibo”. Reconocer que todo esto también va conmigo. Y el que esté de pie, mire no caiga. O mejor dicho, el que crea estar de pie mire si no está pisando a su hermano necesitado de comprensión, misericordia y perdón.
Si hacemos memoria podremos recordar al típico niño repelente, sabelotodo, de la clase que no solo quería tener la mejor nota, sino que además necesitaba que a los demás no le diesen esas buenas notas. Vendría a ser como el famoso hijo mayor de la parábola, que más que muy bueno, pretendía parecerlo en el contraste con su hermano pequeño. O Jonás, que no aceptaba que Dios fuese compasivo con los habitantes arrepentidos de Nínive.
El Papa nos está llamando a no ser repelentes y darnos por enterados que mi falta de misericordia es peor que la fragilidad de mis hermanos. A buen entendedor…
Quique Fernández
Miracle Sound Radio