La lectura de los textos bíblicos nos puede provocar una cierta perplejidad cuando afrontamos el intento de comprensión del concepto “Ley”.
Por un lado, conocemos el Decálogo, conocido como los Diez Mandamientos, aunque en realidad es más preciso hablar de las Diez Palabras de Salvación. Por otro lado, encambio, se nos hace bien farragosa la lectura de las leyes contenidas en Levítico y Números.
Y, además hay que contar con lo que Jesús va a decir de la Ley («no he venido a derogarla») y lo que va a decir Pablo («ya no vivís sometidos a ella»). Pero… ¿en qué quedamos? Ley ¿sí o no?
Quizá, como en otras ocasiones en que parece reinar la confusión, de lo que se trata es que no estamos hablando de lo mismo. Quizá es que la Ley no es lo mismo que la ley (o leyes).
En el Sinaí Moisés y el Pueblo de Israel reciben la Ley, con mayúscula, un plan de felicidad y salvación para el ser humano que no tiene letra pequeña. Es la Ley. Esa ley que, por supuesto, Jesús no ha venido a derogar porque es la Ley de Dios.
Después, a partir de esta Ley propuesta por Dios, los israelitas van a desarrollar un sinfín de leyes, con minúscula. Habrá leyes para todo. Podemos decir que en ese desarrollo legislativo a los israelitas se les fue la mano. Por ejemplo, los judíos más ortodoxos todavía hoy no pueden apretar el botón del ascensor en Sábado.
Ese sinfín aburrido de leyes, de normas, de lo que hoy llamaríamos reglamento y que acabó convirtiéndose en agobiante y angustioso, ese conjunto de leyes y normas que los fariseos utilizaban como pedrada contra los «pecadores», es la ley que Pablo cita al decir que no debemos seguir viviendo sometidos a ella.
Así pues, creo que estamos tratando de dos planos diferentes, por mucho que tengan algún aspecto de intersección común. Parece que no es lo mismo la Ley de Dios, que siempre permanece, que las leyes (normas o reglamento), que inevitablemente deben estar sometidas a modificaciones.
Al Pueblo de Israel Dios les envió a los profetas para corregir que esas leyes se habían alejado de la Misericordia. No es de extrañar, porque si aquel reglamento del Levítico y su puesta en práctica hubiese sido lo que Dios quería no hubiesen hecho falta los profetas.
También hoy necesitamos corregir algo del rumbo de nuestra pastoral, de nuestra letra pequeña, quizá a veces algo alejada de la Misericordia, y para ello Dios nos envía al nuestros pastores, nos envía al Papa Francisco.
Quique Fernández
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