c) Algunas cuestiones de madurez espiritual (respecto de la oración)

Lo ya dicho y lo que viene no puede entenderse sin ir a la verdadera y profunda raíz del problema, que ya fue antes apuntada: la fe concebida como un inacabable y angustioso ejercicio de méritos. Se puede resumir en este doble axioma: por más que me esfuerzo y esfuerzo por “amar”, “contentar”, a Dios, por estar a “su altura”… nunca llego, siempre me quedo corto e insatisfecho. Pero si de lo que se trata es de dejarse amar por Dios, dejar que sea Él el protagonista que lleva la iniciativa, entonces… Él siempre, siempre, siempre llega. No falla. Me ama y yo me siento amado. Y deseo estar con Él y Él nunca me aburre con su amor. A esa relación es a la que de verdad se podría llamar oración.

De la misma forma que las relaciones de noviazgo no son iguales hoy que hace cincuenta años, así hay varios aspectos de nuestra relación-oración que han de responder a cómo se nos va desvelando Dios como es Él y a cómo somos hoy nosotros. Por tanto, no podemos orar hoy igual a Dios que lo hacía el hombre del Antiguo Testamento, porque sabemos mucho más de Dios, en Jesús, y sabemos que nosotros no somos como aquellos hombres eran. Incluso no podemos orar igual hoy, en la edad adulta, que cuando eramos adolescentes o niños.

Algunos aspectos, pues, a tener muy en cuenta en este tiempo nuestro:

– El “silencio” es un concepto poco simpático. Pensamos fácilmente en que se nos manda callar, que nos vamos a aburrir e, incluso, el silencio sin más nos puede acabar llevando al simple vacío. Es, por tanto, mucho más positivo y pleno de sentido hablar de “escucha”, que conlleva una actitud de silencio pero para llenar ese silencio, esa escucha, de la Palabra de Dios.

– Tampoco ayuda a una relación natural y fluida la simple repetición obligada de palabras que nos son vacías y sin sentido. En mi trato con adolescentes me he percatado que les es muy antinatural tratar de “usted” a Jesús o María. Jaculatorios como “Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío” les suenan a música medieval y poco más. Tampoco se trata de hacer desaparecer unas fórmulas para no ofrecer nada de nada. Al contrario, se trata de que cada uno encuentre la manera en que le es más natural relacionarse con el Amigo Jesús. En mi caso, yo ando por la calle canturreando breves estribillos a modo de jaculatorias del siglo XXI.

– Y, por supuesto, tampoco se trata de inundarse en el pozo del me apetece-no me apetece”. La relación de amor con el Amado está magníficamente expresada por Santa Teresa de Ávila cuando dice que se trata ya no solo de querer sino de “querer querer”. De esa manera permitiremos ser inundados de la presencia amorosa del Señor. En sus manos el amor es siempre fiel y constante.

d) La oración a través de los años de nuestra vida

Acompaño espiritual y formativamente a grupos de todas las edades. Reconozco que pese a la complejidad que ello supone, especialmente porque significa mayor tiempo de preparación al no poder utilizar los mismos recursos en los diferentes grupos, en cambio tiene el valor positivo de la gran riqueza de contenidos y dinámicas que trabajo, pero sobre todo la gran riqueza de vivencias que compartimos. Y, por supuesto, en esas vivencias van incluidas las de la relación con Dios por medio de la oración.

A partir de todo ello extraigo algunas conclusiones:

– Si “vendemos” la oración como estarse callado y quieto, el niño y el adolescente no abrazan con cariño ese momento, que debiera ser privilegiado.

– La Palabra de Dios es, sin duda, el gran medio de relación con Dios. Eso sí, habrá que saber escoger los textos con un cierto don de oportunidad, teniendo en cuenta dificultades de comprensión, de extensión, o a quién va dirigido.

– Pero de ningún modo hay que renunciar a momentos intensos de escucha, tan solo hay que tener en cuenta que la propuesta ha de ser progresiva y que para que el silencio sea escucha se ha de llenar de sentido.

– La madurez espiritual, también respecto de la oración, no depende de la edad, pero es verdad que un largo recorrido vital ayuda a ello. El entrenamiento no asegura ganar el partido pero no entrenarse nunca es la mejor manera de asegurar el perderlo.

Quique Fernández

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